4.7.10

Algo ahí dentro que poder dejar fuera

- Mi esposa, mi esposa. ¡Pobre Millie, pobre Millie! No puedo recordar nada. Pienso en sus manos, pero no las veo realizar ninguna acción. Permanecen colgando fláccidamente a sus lados, o están en su regazo, o hay un cigarrillo en ellas. Pero eso es todo.

Montag se volvió a mirar hacia atrás.


“¿Qué diste a la ciudad, Montag?”


“Ceniza”.


“¿Qué se dieron los otros mutuamente?”


“Nada.”


Granger permaneció con Montag, mirando hacia atrás.

- Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado, algo que tu mano tocara de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a dónde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. “No importa lo que hagas – decía-, en tanto que cambies algo respecto a cómo era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre”.

Ray Bradbury. Fahrenheit 451

. . .

Empecé a imaginarme a familiares y amigos. Cada uno tenía “algo” en sus manos o realizaban alguna acción con ellas: escribir, dibujar, arreglar una máquina, tocar una guitarra, representar un papel en una obra, dar una clase... hacían cosas que los representaba, cosas que disfrutaban haciendo o que hacían bien. La mujer de Montag no realizaba ninguna porque estaba vacía por dentro, nada la hacía especial. Así que me puse a pensar a ver si conocía a alguien a quién no pudiera imaginar realizando “algo” con sus manos. Te sorprenderías de la cantidad de gente que llegué a reunir en mi mente a la vez, gente que permanecía con las manos fláccidamente colgando a sus lados, sin intentar hacer nada, sin querer dejar legado.

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